lunes, 16 de febrero de 2009

Amapolas, lavanda y viento




Me gusta ese lugar. Algún día iremos allí, pero antes quiero que lo imagines, quiero que cuando lo dibujes en tu mente no temas derrochar color, ni tampoco olores o sonidos. Empezaré por estos últimos.

Allí se escuchan… espera, debes cerrar los ojos, sólo escucha mi voz… creo que esta será la vez que más cerca de mí estés… disculpa, ya continúo, como decía, allí los sonidos abundan y la causa de casi todos ellos es el viento. Este imprime aleatoriedad a la posición de las hojas de los árboles que se mueven susurrantes, confesoras de recuerdos a veces, entrometidas otras en los momentos de desasosiego, de dudas pero siempre delicadas y en armonía.

Los árboles no abundan, no impiden contemplar el horizonte ni lo sesgan. Estos se localizan próximos a las casas dispuestas previamente a este claro, a este lugar alejado de olor a combustible, de relojes apresurados, del gris que pinta las fachadas de los edificios los días de lluvia, un espacio delicado que recuerda que en nuestro interior la paz siempre dispone de un reservado. Pero hay un árbol que se aleja de los demás, no mucho, no más de una canción. Lo suficiente como para poder cultivar un mundo de sueños a su alrededor, dejando a la fantasía hacer mientras permanecemos echados en la sombra que nos regala.

El viento, que quizá sea más una brisa, arrastra el espíritu una vez relajado nuestro sentido y juega a mezclarlo con el violeta que cubre la tierra, de una intensidad sólo igualada por el aroma, que es capaz de embriagar. Quizá ya imagines que las responsables de tal delirio para los sentidos sean lavandas. Estás se extienden hasta donde alcanza la mirada sólo compartiendo protagonismo con grupos de amapolas, que en su contraste con el tono violeta que predomina, evocan esos momentos tan vitales, tan nuestros y tan intensos que guardamos para nosotros y de los que nunca hablamos, ya que las palabras no son suficiente para expresar su medida, su desmedida intensidad.

Ahora abre los ojos, ¿oliste el violeta de las lavandas? ¿caminaste sobre el viento? ¿te dejaste inundar por la leve brevedad de las amapolas, cual suspiro de esperanza o placer? Si todo esto ocurrió, habrás estado allí, no habrá sido una ilusión, ni un sueño.

Amor mío, esto es la vida. La vida es el sueño que eliges al cerrar los ojos.


(Soraya_GG)

jueves, 12 de febrero de 2009

Retrato de un ideal

Sólo era una foto. Sólo pero bastante. No tenía color, no cumplía lo que dictan sobre el enfoque los entendidos en la materia, pero no se podía mejorar. Bastaba. Bastaba para preguntarse por qué, para no comprender nada una vez comprendido lo suficiente, conocida la verdad, para gritar basta.

Se trataba de un retrato, el de la fuerza de un hombre débil, una fuerza que no es contenida por el cuerpo sino por el alma.

El alma entendida como aquello que es razón de una vida, que resume todo lo que nos hace sentir el movimiento (la posibilidad o necesidad de cambios), eso que nos aleja del hastío de la nada es lo único capaz de contener fuerza en lo que al ser humano se refiere, lo único que permanece de él, testigo de lucha, un sigo después, en este caso.

El cuerpo, por el contrario, es efímero y perturbable, incapaz de permanecer y de fuerza o consistencia limitada. Empieza y acaba. La causa de que el hombre entendiéndose este como ente, sea débil.

Sólo era una imagen, conteniendo sólo a un hombre, uno de esos que no teme enfrentarse a un imposible, a repetir una y otra vez lo que otros juzgan absurdo por un ideal posible. Pero esta imagen no mostraba un hombre solo, sino que aunaba su voz con la de otros, de nombres conocidos o acogidos por el anonimato, que también se atrevieron a soñar y creer que un mundo mejor era posible. Por esa razón, este retrato hoy no tiene nombre, porque mañana, al igual que ayer, ese ideal renacerá, incesante e incansable, dando vida a otros hombres débiles.

(Soraya_GG)

lunes, 2 de febrero de 2009

One way, wrong way


La media noche la había pasado hacía tres horas de distancia, y ahora, sentada en el pasillo de su casa, iluminada únicamente la estancia por el rojo que quema el tabaco contenido en un pitillo, pensaba, como si estuviera en un bar de carretera, sosteniendo uno de esos whiskies baratos que sirven en vasos sin fondo, que tenía muchas cosas en que pensar, pero sin hacerlo de ninguna de ellas…

Las carreteras son infinitas, los cruces de caminos inoportunos, como las dudas en los momentos importantes de la vida, en aquellos que exigen una decisión, elegir la dirección en que conduciremos, dando igual que pensemos que las señales de tráfico que sentencian “one way” deberían continuarse con otras dos palabras “wrong way”.

“Otro cigarro, esta noche acabaré por llenar mi vida de cenizas” pensó, “puta realidad, es mentira eso de que nosotros escribimos el guión”. Se acercó a la ventana, una calle estrecha mal iluminada se interponía entre ella y el bloque contiguo. Persianas bajadas y una farola que lucía seleccionando momentos eran el único atrezzo de su escena, tan ambicioso como la perspectiva con que miraba su futuro.

Quería música, necesita movimiento, aunque últimamente bailar sola se había convertido en una costumbre. Tardó unos segundos en encontrar aquella canción de ritmo tejano aunque letra no forastera en el reproductor de bolsillo, que por varias veces la susurró a sus oídos.

Un último trago fue necesario y suficiente para hacerlo, necesitaba sentir en su garganta el mismo fuego que hacía arder su presente. Cogió las llaves, se puso la chupa reservada para los días sin ganas de vestirse de chica y recorrió, sin saber si sería la última vez, un camino que conocía bien.

La puerta del portal estaba abierta y con mayor apremio que el tiempo, alcanzó la última parada de aquella noche. Tocó el timbre y la impaciencia le hizo golpear la puerta un par de veces. Esta se abrió.

“No hay palabras”, dijo. No pudo evitar apartar la mirada, sabía que de otra forma, aquellos ojos que ante ella buscaban una explicación le golpearían con una mirada tan intensa que acabaría por derrumbarla. “Dilo”, ese imperativo la dejó fuera de juego. “¿Qué quieres que diga?” fue lo único que consiguieron esbozar sus labios. Fue entonces cuando una mano comprensiva alcanzó la suya, un suave roce con sus dedos eligió el camino opuesto a la gravedad hasta alcanzar su mentón, animándola a levantar la cabeza, al encuentro de sus ojos. “Sólo tengo un puñado de sueños, que a ratos se quiebran en trizas, y un sentimiento muy fuerte que lleva tu nombre. No es mucho, pero también puedo ofrecerte abrazos infinitos y viajes a la luna cada noche. Además sé curar con besos las heridas y como compañera, mi lealtad no tiene límite”.

El recorrido de aquella noche lo anduvo tantas otras veces que es imposible enumerarlas. Desde entonces supo que sólo aquello que nos negamos, que no nos permitimos sentir o vivir es imposible.

(Soraya_GG)
("One way, wrong way" en lenguaje no forastero, como digo en el texto, equivale a "dirección única, dirección equivocada")